martes, 24 de febrero de 2009

Y me sentí como el Rey Lear…

Fui lanzado a la calle; fui desnudado, y deje mi atuendo modernista. La única capa que me cubría cayó, y me encontré aguardando la intemperie. Desgarrado de mis últimos restos de dignidad humana. Me sentí como un lector postmoderno que perdió el rumbo histórico, “Más prozac y menos Platón” invirtiendo el orden del tiempo y el espacio.

Sin embargo, ahí en la mitad de la nada, sumido en la crisis de perder todo lo que creía mío, me di cuenta de algo que ya sabía: lo único mío, soy yo.

“Sóis precisamente eso: un hombre desguarnecido...”,

Y salí a las calles de una ciudad que quiso ser moderna, y ahora se esfuerza por volver a los orígenes: por crear calles de barrio, por ensalzar templos barrocos llegados a destiempo; por edificar enormes monumentos a la estulticia que significan 22 hombres detrás de un balón, en medio de comunidades que morían en el pasado de un silbido de ferrocarril.

Y las viejas zonas industriales que fenecieron con una típica y recurrente crisis capitalista, que se llenaron de prostitutas y gays con olor a tripas fritas en aceite, ahora se llena de cultura, del fuimos.

Y entendí que encajaba perfectamente en esta ciudad que no se atreve a tener identidad; que, mejor dicho, se resiste al encasillamiento moderno y sus formas racionalistas de urbanizar; que prefiere la pluralidad de lo antiguo y lo moderno; de lo falso y de lo verdadero.

"Fuera, fuera préstamos"

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