Apareció brincando y grillando, así, literal y metafóricamente. Un saltito aquí otro allá. Hubiera querido tener una tarántula o un escorpión de mascota, como los que tuve de niño, y dárselos de comer; pero no, hacía años que mi mamá había terminado vía un Raid Casa y Jardín con el último de mis bichos.
Simple y llanamente lo aplasté. Su cuerpecillo se esparció como una masa nauseabunda de color blancuzco. Quedó embarrado en el piso como un pedazo de chicle. Y Pepe Grillo no pudo darme consejos y valores.
Nunca supe que era mi conciencia. Y es un alivio; de haberlo sabido, ahora cargaría con el peso de haber asesinado, intencionalmente, a mi propia conciencia.
martes, 3 de marzo de 2009
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